Ayudar debería significar sentir y sentir debería significar
vivir, pero el siseo de las burlas que cuchicheaban y las oportunidades que
tenía que desperdiciar casi siempre, ya no lo dejaban continuar. Sentía que los
días eran rutinarios y monótonos, que nada divertido sucedería en su vida,
sentía que seguiría ocupado, ayudando y respetando conforme era su deber, que
seguiría haciendo todo aquello que es muy importante pero que nadie hace.
Sentía que estaba solo, contra el mundo que lo llamaba
tonto, contra los absurdos pretextos de la sociedad que están hechos para que
personas como él no ejerzan sus valores. Todos estos valores son gratis, no se
tiene que estudiar largos años en la universidad o pagar colegiaturas altas
para obtenerlos, cualquiera que se decidiera los disfrutaría, pero tal vez,
como él, se cansaría pronto de ellos. Realmente esa no era su intención, pero
día a día sentía cada vez más ganas de tirar el protocolo escogido a la basura
y empezar de nuevo, ser malo e indiferente, de sangre fría para dejarse
arrastrar a los bajos placeres del
mundo, a los vicios, a la corrupción y a las vanidades. Sin embargo sabía
exactamente cuál era su destino y la maldad no estaba en él, por las mañanas
sentía con toda naturalidad el impulso de tomar una bolsa y caminar por la
calle recogiendo basura, porque era seguro que el exceso de esta dañaría al
planeta y no estaba dispuesto a permitirlo.
Una tarde, mientras caminaba por las calles de la ciudad con
el sol caluroso quemando sus sienes, observó que había un hombre ebrio tirado
en la banqueta, ese hombre poseía juventud pero a pesar de eso su gesto era decadente y
su mirada, arpía.
El hombre y sus valores hicieron caso de la solidaridad,
pensando que si había bebido tanto era porque tenía algún problema grave que no
le permitía ver otra salida y lo tenía apresado. Sabiendo cuál era su deber, se
acercó a su prójimo en desgracia y le tendió su mano como apoyo.
—¿Por qué? —le dijo el hombre que se hallaba tirado al otro
hombre que trataba de ayudarlo
—porque aquí estoy y tú me necesitas —contestó el otro con
ternura
—mis problemas no tienen solución
—si es sobre la vida, qué más da si aún es tuya, si es sobre
un amor, levántate ahora que lo mejor viene luego, y si es de muerte no hay
problema porque tus ojos aún están mirándome y si la muerte tiene solución todo
lo demás también la tiene.
—No es nada de eso —dijo el ebrio y se fue tambaleándose.
—Al menos se levantó — dijo el otro, suspirando.
Días después volvió a encontrar al mismo hombre y volvió a
hablar con él pero de modo diferente, sucedió que cuando salió a pasear lo
alcanzaron para asaltarlo, y el asaltante era el mismo hombre al que había
tratado de ayudar, ahora estaba rígido y de pie apuntándole a la cabeza con un revólver.
El hombre que siempre se portaba bien y nunca rompía reglas,
sintió repulsión por sí mismo y de sus ojos brotó una lágrima. Aún así levanto
la cabeza y miro fijamente el otro ser que lo amenazaba con robarle la vida
sino le daba todo su dinero. Eso se ganaba por tratar de ser cordero en cueva
de lobos, esa era su recompensa y ese era su eterno destino.
Decidió no rendirse, decidió gritar con la voz del silencio
que nadie escucharía, decidió reír aunque los demás lo obligaran a llorar,
decidió topar de nuevo con el yelmo obstinado de la maldad humana y extendió su
mano.
Él que estaba enfrente dijo solo dos palabras: “Tú morirás…”,
y el amo de los valores terminó la frase: “… pero no hoy, porque tus ojos y los
míos aún están abiertos, y yo estoy aquí para ayudarte”.
El delincuente, redimido, bajó el arma y lo miró
desconcertado, también tendió la mano y estrecho con fuerza la otra mano que
por segunda vez le insistía por su amistad.
—Perdón — Pronunció con los ojos humedecidos y la voz
quebrada. Desde aquel día no necesito más que a su amigo y se avergonzaba al
pensar que había estado a punto de matar por dinero. Y el otro hombre, el
solitario y monótono, tuvo por fin un amigo con el cual acompañarse en las
eternas jornadas de valores, y los ojos
de ambos permanecieron abiertos por mucho tiempo.